jueves, 26 de julio de 2012

¿Qué Comprende la Verdadera Educación?


La verdadera educación significa más que seguir cierto curso de estudios. Es amplia. Incluye el desarrollo armonioso de todas las facultades físicas y mentales. Enseña a amar y temer a Dios, y es una preparación para el fiel cumplimiento de los deberes de la vida (Consejos para los Maestros, pág. 53). 

Incluye no solamente la disciplina mental, sino el adiestramiento que asegure una moral sana y un comportamiento correcto (Id., pág. 252). 

La primera gran lección de toda educación, consiste en conocer y comprender la voluntad de Dios. Debemos hacer en cada día de la vida el esfuerzo para obtener este conocimiento. Aprender la ciencia por la sola interpretación humana es obtener una falsa educación; pero el aprender de Dios y de Cristo es conocer la ciencia del cielo. La confusión que se nota en la educación proviene de que la sabiduría y el conocimiento de Dios no han sido ensalzados (Id., pág. 342). 

En semejante momento, ¿cuál es la tendencia de la educación dada? ¿A qué motivo se dirige más a menudo? A la complacencia del yo. Gran parte de la educación dada es una perversión del arte pedagógico. La verdadera educación es una influencia que contrarresta la ambición egoísta, el anhelo de poder, la indiferencia hacia los derechos y las necesidades de la humanidad, que constituyen una maldición de nuestro mundo. El plan de vida de Dios tiene un lugar para cada ser humano. Cada uno debe perfeccionar sus talentos hasta lo sumo y la fidelidad con que hace esto, sean pocos o muchos los dones, es lo que le da derecho a recibir honor. En el plan de Dios no tiene cabida la rivalidad egoísta. Los que se miden entre sí mismos y se comparan consigo mismos "son faltos de buen sentido" (2 Cor. 10: 12). Cualquier cosa que hagamos debe ser hecha "como del poder que suministra Dios" (1 Ped. 4: 11); "de corazón, como para el Señor, y no para los hombres; sabiendo que de parte del Señor recibiréis el galardón de la herencia; pues servís a Cristo, el Señor" (Col. 3: 23, 24). Son preciosos el servicio prestado y la educación obtenida al poner en práctica estos principios. Pero ¡cuán diferente es una gran parte de la educación que ahora se da! Desde los primeros años de la vida del niño, es un estímulo a la emulación y la rivalidad; fomenta el egoísmo, raíz de todo mal (La Educación, págs. 221, 222). 

El sistema de educación instituido al principio del mundo, debía ser un modelo para el hombre en todos los tiempos. Como una ilustración de sus principios se estableció una escuela modelo en el Edén, el hogar de nuestros primeros padres. El jardín del Edén era el aula, la naturaleza el libro de texto, el Creador mismo era el Maestro, y los padres de la familia humana los alumnos (Id., pág. 17). 

En la educación de sus discípulos, el Salvador siguió el sistema de educación establecido al principio. Los primeros doce escogidos, junto con unos pocos que, por el alivio de sus necesidades estaban de vez en cuando en relación con ellos, formaban la familia de Jesús. Estaban con él en la casa, a la mesa, en el retiro, en el campo. Lo acompañaban en sus viajes, compartían sus pruebas y tareas, y, hasta donde podían, tomaban parte en su trabajo. 

A veces les enseñaba cuando estaban sentados en la ladera de la montaña; a veces, junto al mar o desde la barca de un pescador; otras, cuando iban por el camino. Cada vez que hablaba a la multitud, los discípulos formaban el círculo más cercano a él. se agolpaban en torno a él para no perder nada de sus instrucción. Eran oidores atentos, anhelosos de comprender las verdades que debían enseñar en todos los países y a todas las edades (Id., págs. 80, 81) 

En la niñez y en la juventud la instrucción práctica debiera combinarse con la teórica y la mente debiera quedar provista de conocimientos. . . . 

Debiera enseñarse a los hijos para que tengan parte en los deberes domésticos. Debiera instruírselos para que ayuden al padre y a la madre en las pequeñas cosas que pueden hacer. Su mente debiera ser cultivada para que piense, debiera emplearse su memoria para que recuerde las tareas que se le asignan; y al educárselos en hábitos de utilidad en el hogar, se los está educando para realizar los deberes prácticos que convienen para su edad (Fundamentals of Christian Education, págs. 368, 369). 

La clase de educación que hará idóneos a los jóvenes para la vida práctica, no es la que eligen comúnmente. Ellos insisten en sus deseos, sus gustos y disgustos, sus preferencias e inclinaciones; pero si sus padre, tienen una visión correcta de Dios, de la verdad y de las influencias y compañías que deben rodear a sus hijos, sentirán que sobre ellos descansa la responsabilidad confiada por Dios de guiar cuidadosamente a los jóvenes inexpertos (Consejos para los Maestros, pág. 102). 

Incúlquese en los jóvenes el pensamiento de que la educación no les ha de enseñar a esquivar las tareas desagradables ni las cargas pesadas de la vida; que su propósito es hacer más liviano el trabajo mediante la enseñanza de mejores métodos y blancos más elevados. Enseñadles que el verdadero blanco de la vida no es obtener toda la ganancia posible para sí, sino honrar a su Hacedor haciendo su parte en el trabajo del mundo y ayudando a los que son más débiles y más ignorantes (La Educación, pág. 217). 

Más que ningún otro agente, el servir por amor a Cristo en las cosas pequeñas de la vida diaria tiene poder para formar el carácter y para dirigir la vida por el camino del servicio abnegado. Despertar este espíritu, fomentarlo y encauzarlo debidamente es la obra de padres y maestros. No podría encomendárselas obra más importante. El espíritu de servicio es el espíritu del cielo, y en cada esfuerzo que se haga para fomentarlo y alentarlo puede contarse con la cooperación de los ángeles. 

Una educación tal debe basarse en la Palabra de Dios. Sólo en ella se exponen plenamente los principios de la educación. Debe hacerse de la Biblia el fundamento del estudio y de la enseñanza. El conocimiento esencial es el conocimiento de Dios y de Aquel a quien envió (El Ministerio de Curación, pág. 312). 

La educación moral está por encima de la cultura intelectual. Los niños necesitan grandemente la debida educación, a fin de poder ser útiles en el mundo. Pero cualquier esfuerzo que ensalce la cultura intelectual por encima de la moral, va descaminado. 277 Instruir, cultivar, pulir y refinar a los jóvenes y los niños, debiera ser la preocupación principal de padres y maestros (Consejos para los Maestros, pág. 67). 

La más alta educación es la que imparte un conocimiento y una disciplina que conducen a un mejor desarrollo del carácter, y prepara al alma para aquella vida que se mide con la vida de Dios. En nuestros cálculos no debe perderse de vista la eternidad. La más alta educación es la que enseña a nuestros niños y jóvenes la ciencia del cristianismo, la que les da un conocimiento experimental de los caminos de Dios, y les imparte las lecciones que Cristo dio a sus discípulos, acerca del carácter paternal de Dios (Id., pág. 37). 

Hay una época para desarrollar a los niños, y otra para educar a los jóvenes; es esencial que en la escuela se combinen ambas en extenso grado. Se puede preparar a los niños para que sirvan al pecado, o para que sirvan a la justicia. La primera educación de los jóvenes amolda su carácter, tanto en su vida secular como en la religiosa. Salomón dice:" "Instruye al niño en su carrera: aun cuando fuere viejo no se apartará de ella" "(Prov. 22: 6). Este lenguaje es positivo. La preparación que Salomón recomienda consiste en dirigir, educar y desarrollar. Para hacer esta obra, los padres y los maestros deben comprender ellos mismos el "camino" por el cual debe andar el niño. Esto abarca más que tener simplemente un conocimiento de los libros. Abarca todo lo que es bueno, virtuoso, justo y santo. Abarca la práctica de la templanza, la piedad, la bondad fraternal y el amor mutuo y hacia Dios. A fin de alcanzar este objeto, debe recibir atención la educación física, mental, moral y religiosa de los niños (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 314). 

Sobre los padres y las madres descansa la responsabilidad de dar una educación cristiana a los hijos que les han sido confiados. En ningún caso deben permitir que ninguna ocupación absorba de tal modo su tiempo y sus talentos que su hijos queden a la deriva hasta que se separen de Dios. No han de permitir que sus hijos caigan en las manos de incrédulos. 

Han de hacer todo lo que está en su poder para apartarlos del seductor espíritu del mundo. Han de prepararlos para que lleguen a ser colaboradores con Dios. Han de ser la mano humana de Dios que los prepare a ellos y a sus hijos para una vida eterna (Fundamentals of Christian Education, pág. 545). 

Padres cristianos, por amor de Cristo, ¿no examinaréis vuestros deseos, vuestros propósitos para vuestros hijos y comprobaréis si soportarán la prueba de la ley de Dios? La educación más esencial es la que les enseña el amor y el temor de Dios (Review and Herald, 24-6-1890). 

La educación que ha de durar tanto como la eternidad es casi por completo descuidada y considerada como anticuada y poco deseable. La educación de los niños para que emprendan la obra de edificar el carácter, teniendo en cuenta su bien presente, su paz y felicidad presente, y para guiar sus pasos en el sendero señalado para los redimidos del Señor, es considerada como pasada de moda y por lo tanto como no esencial. A fin de que vuestros hijos entren por las puertas de la ciudad de Dios como vencedores, deben ser educados en el temor de Dios y en la observancia de sus mandamientos en la vida actual (Fundamentals of Christian Education, pág. 111). 

Nuestro trabajo en esta vida es una preparación para la vida eterna. La educación empezada aquí no se completará en esta vida, sino que ha de continuar por toda la eternidad, progresando siempre, nunca completa. La sabiduría y el amor de Dios en el plan de la redención se nos revelarán más y más cabalmente. El Salvador, al llevar a sus hijos a las fuentes de aguas vivas, les concederá ricos caudales de conocimiento. Y día tras día las maravillosas obras de Dios, las pruebas de su poder en la creación y el sostenimiento del universo, se manifestarán a la mente en nueva belleza. A la luz que resplandece del trono, desaparecerán los misterios, y el alma se llenará de admiración ante la sencillez de las cosas que nunca antes comprendiera (El Ministerio de Curación, pág. 371).

Por

Elena G. de White en Conducción del niño, capítulo 50.

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