La verdadera educación significa más que
seguir cierto curso de estudios. Es amplia. Incluye el
desarrollo armonioso de todas las facultades físicas y mentales. Enseña a amar y
temer a Dios, y es una preparación para el
fiel cumplimiento de los deberes de la vida (Consejos para los Maestros, pág.
53).
Incluye no solamente la disciplina mental, sino el adiestramiento
que asegure una moral sana y un comportamiento correcto (Id., pág. 252).
La primera gran lección de toda educación, consiste en conocer
y comprender la voluntad de Dios. Debemos hacer en cada día de la vida el
esfuerzo para obtener este conocimiento. Aprender la ciencia por la sola
interpretación humana es obtener una falsa
educación; pero
el aprender de Dios y de Cristo es conocer la ciencia del
cielo. La confusión que se nota en la educación proviene de que la
sabiduría y el conocimiento de Dios no han sido ensalzados (Id., pág. 342).
En semejante momento, ¿cuál es la tendencia de la
educación dada?
¿A qué motivo se dirige más a menudo? A la complacencia del yo. Gran parte de la
educación dada
es una
perversión del arte pedagógico. La verdadera educación es una influencia que
contrarresta la ambición egoísta, el anhelo de poder, la indiferencia hacia los
derechos y las necesidades de la humanidad, que constituyen una maldición de
nuestro mundo. El plan de vida de Dios tiene un lugar para cada ser humano. Cada
uno debe perfeccionar sus talentos hasta lo sumo y la fidelidad con que hace
esto, sean pocos o muchos los dones, es lo que le da derecho a
recibir honor. En el plan de Dios no tiene cabida la rivalidad egoísta. Los que
se miden entre sí mismos y se comparan consigo mismos "son faltos de buen
sentido" (2 Cor. 10: 12). Cualquier cosa que hagamos debe ser hecha "como del
poder que suministra Dios" (1 Ped. 4: 11); "de corazón, como para el Señor, y no
para los hombres; sabiendo que de parte del Señor recibiréis el galardón de la
herencia; pues servís a Cristo, el Señor" (Col. 3: 23, 24). Son preciosos el
servicio prestado y la educación obtenida al poner en
práctica estos principios. Pero ¡cuán diferente es una gran parte de la
educación que
ahora se da! Desde los primeros años de la vida del niño, es un estímulo a la emulación
y la rivalidad; fomenta el egoísmo, raíz de todo mal (La Educación, págs. 221, 222).
El sistema de educación instituido al
principio del mundo, debía ser un modelo para el hombre en todos los tiempos.
Como una ilustración de sus principios se estableció una escuela modelo en el
Edén, el hogar de nuestros primeros padres. El jardín del Edén era el aula, la
naturaleza el libro de texto, el Creador mismo era el Maestro, y los padres de
la familia humana los alumnos (Id., pág. 17).
En la educación de sus discípulos,
el Salvador siguió el sistema de educación establecido al
principio. Los primeros doce escogidos, junto con unos pocos que, por el alivio
de sus necesidades estaban de vez en cuando en relación con ellos, formaban la
familia de Jesús. Estaban con él en la casa, a la mesa, en el retiro, en el
campo. Lo acompañaban en sus viajes, compartían sus pruebas y tareas, y, hasta
donde podían, tomaban parte en su trabajo.
A veces les enseñaba cuando
estaban sentados en la ladera de la montaña; a veces, junto al mar o desde la
barca de un pescador; otras, cuando iban por el camino. Cada vez que hablaba a
la multitud, los discípulos formaban el círculo más cercano a él. se agolpaban
en torno a él para no perder nada de sus instrucción. Eran oidores atentos,
anhelosos de comprender las verdades que debían enseñar en todos los países y a
todas las edades (Id., págs. 80, 81)
En la niñez y en la juventud la
instrucción práctica debiera combinarse con la teórica y la mente debiera quedar
provista de conocimientos. . . .
Debiera enseñarse a los hijos para que
tengan parte en los deberes domésticos. Debiera instruírselos para que ayuden al
padre y a la madre en las pequeñas cosas que pueden hacer. Su mente debiera ser
cultivada para que piense, debiera emplearse su memoria para que recuerde las
tareas que se le asignan; y al educárselos en hábitos de
utilidad en el hogar, se los está educando para realizar los
deberes prácticos que convienen para su edad (Fundamentals of Christian
Education, págs. 368, 369).
La clase de educación que hará idóneos a
los jóvenes para la vida práctica, no es la que eligen comúnmente.
Ellos insisten en sus deseos, sus gustos y disgustos, sus preferencias e
inclinaciones; pero si sus padre, tienen una visión correcta de Dios, de la
verdad y de las influencias y compañías que deben rodear a sus hijos, sentirán
que sobre ellos descansa la responsabilidad confiada por Dios de guiar
cuidadosamente a los jóvenes inexpertos (Consejos para los Maestros, pág. 102).
Incúlquese en los jóvenes el pensamiento de que la educación no les ha de enseñar
a esquivar las tareas desagradables ni las cargas pesadas de la vida; que su
propósito es
hacer más liviano el trabajo mediante la enseñanza de mejores métodos y blancos
más elevados. Enseñadles que el verdadero blanco de la vida no es obtener toda la ganancia
posible para sí, sino honrar a su Hacedor haciendo su parte en el trabajo del
mundo y ayudando a los que son más débiles y más ignorantes (La Educación, pág. 217).
Más que ningún otro agente, el servir por amor a Cristo en las cosas
pequeñas de la vida diaria tiene poder para formar el carácter y para dirigir la
vida por el camino del servicio abnegado. Despertar este espíritu, fomentarlo y
encauzarlo debidamente es la obra de padres y
maestros. No podría encomendárselas obra más importante. El espíritu de servicio
es el espíritu
del cielo, y en cada esfuerzo que se haga para fomentarlo y alentarlo puede
contarse con la cooperación de los ángeles.
Una educación tal debe basarse en
la Palabra de Dios. Sólo en ella se exponen plenamente los principios de la
educación. Debe
hacerse de la Biblia el fundamento del estudio y de la enseñanza. El
conocimiento esencial es el conocimiento de Dios y
de Aquel a quien envió (El Ministerio de Curación, pág. 312).
La
educación moral
está por encima de la cultura intelectual. Los niños necesitan grandemente la
debida educación, a fin de poder ser
útiles en el mundo. Pero cualquier esfuerzo que ensalce la cultura intelectual
por encima de la moral, va descaminado. 277 Instruir, cultivar, pulir y refinar
a los jóvenes y los niños, debiera ser la preocupación principal de padres y
maestros (Consejos para los Maestros, pág. 67).
La más alta
educación
es la que
imparte un conocimiento y una disciplina que conducen a un mejor desarrollo del
carácter, y prepara al alma para aquella vida que se mide con la vida de Dios.
En nuestros cálculos no debe perderse de vista la eternidad. La más alta
educación
es la que enseña
a nuestros niños y jóvenes la ciencia del cristianismo, la que les da un
conocimiento experimental de los caminos de Dios, y les imparte las lecciones
que Cristo dio a sus discípulos, acerca del carácter paternal de Dios (Id., pág.
37).
Hay una época para desarrollar a los niños, y otra para
educar a los
jóvenes; es
esencial que en la escuela se combinen ambas en extenso grado. Se puede preparar
a los niños para que sirvan al pecado, o para que sirvan a la justicia. La
primera educación de los jóvenes
amolda su carácter, tanto en su vida secular como en la religiosa. Salomón
dice:" "Instruye al niño en su carrera: aun cuando fuere viejo no se apartará de
ella" "(Prov. 22: 6). Este lenguaje es positivo. La preparación
que Salomón recomienda consiste en dirigir, educar y desarrollar. Para
hacer esta obra, los padres y los maestros deben comprender ellos mismos el
"camino" por el cual debe andar el niño. Esto abarca más que tener simplemente
un conocimiento de los libros. Abarca todo lo que es bueno, virtuoso, justo y
santo. Abarca la práctica de la templanza, la piedad, la bondad fraternal y el
amor mutuo y hacia Dios. A fin de alcanzar este objeto, debe recibir atención la
educación
física, mental, moral y religiosa de los niños (Joyas de los Testimonios, tomo
1, pág. 314).
Sobre los padres y las madres descansa la responsabilidad
de dar una educación cristiana a los
hijos que les han sido confiados. En ningún caso deben permitir que ninguna
ocupación absorba de tal modo su tiempo y sus talentos que su hijos queden a la
deriva hasta que se separen de Dios. No han de permitir que sus hijos caigan en
las manos de incrédulos.
Han de hacer todo lo que está en su poder para
apartarlos del seductor espíritu del mundo. Han de prepararlos para que lleguen
a ser colaboradores con Dios. Han de ser la mano humana de Dios que los prepare
a ellos y a sus hijos para una vida eterna (Fundamentals of Christian Education,
pág. 545).
Padres cristianos, por amor de Cristo, ¿no examinaréis
vuestros deseos, vuestros propósitos para vuestros hijos y comprobaréis si
soportarán la prueba de la ley de Dios? La educación más esencial
es la que les
enseña el amor y el temor de Dios (Review and Herald, 24-6-1890).
La
educación que ha
de durar tanto como la eternidad es casi por completo
descuidada y considerada como anticuada y poco deseable. La educación de los niños para
que emprendan la obra de edificar el carácter, teniendo en cuenta su bien
presente, su paz y felicidad presente, y para guiar sus pasos en el sendero
señalado para los redimidos del Señor,
es considerada
como pasada de moda y por lo tanto como no esencial. A fin de que vuestros hijos
entren por las puertas de la ciudad de Dios como vencedores, deben ser
educados en el
temor de Dios y en la observancia de sus mandamientos en la vida actual
(Fundamentals of Christian Education, pág. 111).
Nuestro trabajo en esta
vida es una
preparación para la vida eterna. La educación empezada aquí no se
completará en esta vida, sino que ha de continuar por toda la eternidad,
progresando siempre, nunca completa. La sabiduría y el amor de Dios en el plan
de la redención se nos revelarán más y más cabalmente. El Salvador, al llevar a
sus hijos a las fuentes de aguas vivas, les concederá ricos caudales de
conocimiento. Y día tras día las maravillosas obras de Dios, las pruebas de su
poder en la creación y el sostenimiento del universo, se manifestarán a la mente
en nueva belleza. A la luz que resplandece del trono, desaparecerán los
misterios, y el alma se llenará de admiración ante la sencillez de las cosas que
nunca antes comprendiera (El Ministerio de Curación, pág. 371).
Por
Elena G. de White en Conducción del niño, capítulo 50.
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