miércoles, 8 de abril de 2015

Discriminación: un mal cotidiano


La discriminación es un problema social cuya única solución consiste en la transformación del corazón humano.
La discriminación racial o social no tiene sus raíces en el color de la piel, los grados académicos, la capacidad financiera o la nacionalidad. Sus raíces van más allá, se alimentan de algo más sustancial. La discriminación está en la raíz del corazón humano.

El problema

La discriminación no comienza con un problema con los demás, sino con un problema con uno mismo. Comienza cuando nos sentimos inferiores a otros y pensamos que nuestro valor depende de elementos externos: el color de la piel, la capacidad financiera, los títulos académicos o la nacionalidad. La solución que le damos a ese problema puede ser el germen de la discriminación como un mal social.
A una actitud de discriminación social se llega en cuatro etapas: a) el individuo se siente inferior, b) el individuo se esfuerza por destacarse o por llegar a ingresar en una élite, c) cuando se concreta el objetivo por medio de la adquisición de los símbolos que distinguen a la élite, se enseñan valores discriminatorios en la familia y el entorno, y d) los miembros de esas familias llegan a ser políticos, profesionales, académicos o religiosos, e instalan su discriminación en la sociedad.
Para que veas cuán arraigado se halla este problema, te hago esta pregunta: ¿Por qué una persona que puede comprar un buen auto a un precio módico está dispuesta a comprar un auto de lujo cuya marca es reconocida mundialmente y cuya diferencia con el otro auto es solo el precio?
Nuestras decisiones no siempre están determinadas por nuestras necesidades materiales, sino en primer lugar por nuestras necesidades emocionales. Nuestros complejos nos conducen a tomar decisiones a fin de sentir que formamos parte de un grupo selecto. Si todos pudieran comprarse un auto de lujo nadie le daría importancia al hecho de adquirirlo, y tampoco sería considerado un artículo de lujo. Pero si solo unos pocos pueden adquirirlo, eso lo hace atractivo. Se transforma en un símbolo que agrega valor y pertenencia, y llega a ser un boleto de acceso a “la élite de los que pueden”. ¡El placer no se basa tanto en tener un buen auto sino en provocar la envidia del que no lo puede tener! Así comienza sutilmente la discriminación.
Cuando nos consideramos importantes por tener algo que otros no tienen menospreciamos a los demás. Eso no sucedería si nuestra valoración personal se basara en lo que somos y no en lo que tenemos o hacemos. Nuestros complejos de inferioridad suelen manifestarse a la hora de adquirir los teléfonos y los asientos de avión, en la prosecución de los títulos académicos, en la compra de la casa. Esta ha sido en los últimos siglos una causa del surgimiento de las naciones, ya sea por separación de quienes se consideraban superiores o por reacción de los marginados por ellos.
Otro ejemplo de la miseria de nuestra condición humana es el programa “America’s Got Talent” y sus equivalentes en otros países. Los programas más comentados son aquellos en los que el jurado interroga con sorna a un participante porque su apariencia, edad o procedencia no parece ser prometedora. Luego el participante sorprende a todos con su desempeño, al grado de arrancar lágrimas a alguno del jurado. El video se hace virulento en las redes sociales, y todos aclaman al participante que a simple vista no parecía valioso. Y de pronto se vuelve importante. ¿Pero qué sucede si el participante no destaca? Es humillado verbalmente, despreciado por el público y el jurado, y descalificado. Así se comunica este mensaje: “Tú vales por lo que tienes o lo que haces. Si no te destacas según tales parámetros, nada vales. Debes resignarte a ser insultado, humillado y descalificado, porque eso es lo justo”. Allí anida el germen de la discriminación, cuyos frutos se verán en las escuelas, las iglesias, los gobiernos y las naciones.

Pertinencia y limitación de las leyes

La discriminación no se erradicará con leyes protectoras de las víctimas ni con declarar un día para reflexionar sobre este mal. Las leyes contribuirán a limitar la discriminación, no a eliminarla. Establecer un día para procurar el fin de la discriminación nos ayudará a admitir la pertinencia de estas leyes, y a reconocer que la discriminación es un problema cuya solución consiste en la transformación del corazón humano, donde hay un vacío emocional producto del pecado, que nos lleva a buscar nuestro valor fuera de nosotros, y de manera paulatina y sutil degenera en una actitud discriminadora.

La solución

Jesús trajo una propuesta superadora de los problemas sociales. El tema central de su mensaje era el reino que él vendría a instaurar aquí, en la tierra, donde no habría más discriminación ni desigualdad. A diferencia de los reinos de este mundo, que no pueden cambiar a las personas, él anunció un nuevo reino, el reino de Dios, y propuso la solución verdadera a la falta de valor emocional. Él dijo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (S. Juan 3:5). Los gobiernos terrenales promulgan leyes para limitar el mal, el gobierno de Jesús ofrece un nuevo nacimiento para eliminarlo.
Así como en el mundo natural no podemos nacer por nosotros mismos, ocurre en el reino espiritual. Para que esto ocurra debemos ir a Cristo. El evangelio dice: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (S. Juan 1:12). Las personas que pasan por esta experiencia viven voluntariamente según los principios del reino de Dios. El vacío emocional que producía el pecado ahora es llenado por el Espíritu Santo, y donde ellos viven se manifiesta el amor, el respeto y la consideración a las personas, por el hecho de ser personas, y no por tener o no tener, o por lograr o no lograr algo. Ellos contribuyen a una sociedad más justa, y se preparan para el día en que Jesús venga a restaurar su reino. Entonces terminará la discriminación racial porque “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:25-28).
por
JOEL BARRIOS

El autor es ministro cristiano. Escribe desde Lawrenceville, Georgia.

Fuente: el Centinela
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